Evangelio (Lc 21,12-19) - En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os impondrán las manos y os perseguirán, entregándoos a sinagogas y cárceles, y os arrastrarán ante reyes y gobernadores, a causa de mi nombre. Entonces tendrás la oportunidad de dar testimonio. Así que asegúrese de no preparar su defensa primero; Yo os daré palabra y sabiduría, para que todos vuestros adversarios no puedan resistir ni discutir. Incluso seréis traicionados por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros; seréis odiados por todos a causa de mi nombre. Pero ni un solo cabello de vuestra cabeza se perderá. Con tu perseverancia salvarás tu vida."
El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia
Al leer esta página del Evangelio me viene a la mente lo que sigue sucediendo incluso a principios de este siglo XXI: guerras, genocidios, violencia increíble, hambre. Y hoy se siguen matando testigos del Evangelio. ¡Parecen palabras escritas específicamente para nuestro hoy! El número de mártires, de todas las confesiones cristianas, pero también de otras religiones, que se produjeron en el siglo XX fue increíblemente elevado. E incluso al comienzo de este nuevo milenio, los cristianos que dan testimonio de su fe con valentía siguen siendo asesinados violentamente. Están ante nuestros ojos como testigos muy valiosos. Y nos confían un legado de fe para salvaguardar e imitar. El mal, con su terrible y cruel violencia, creyó poder vencerlos, pero con su sacrificio, con su sangre, con su resistencia al maligno, siguen ayudándonos a vencer el mal con amor y lealtad al Señor. Es un mensaje que no se desvanece con el paso del tiempo: verdaderamente ni un pelo de su historia de amor se desvanece. Su testimonio nos empuja a sumergirnos, junto con ellos, en este movimiento de amor que nos salva a nosotros y al mundo. El Arzobispo Mons. Óscar Arnulfo Romero, en su homilía ante el cadáver de un sacerdote asesinado por escuadrones de la muerte, dijo que el Señor pide a todos los cristianos que sean mártires, es decir, que "entreguen la vida". El Señor pide a algunos, como aquel sacerdote por el que se celebraban los funerales, que la den hasta el derramamiento de la sangre, pero pide a todos, sin embargo, que la den por el Evangelio y por los demás. Recibimos la vida no para guardarla para nosotros y para nuestras cosas, sino para ofrecerla en beneficio de todos y particularmente de los más pobres. El Señor nos acompaña como los acompañó a ellos y nos sostendrá con su fuerza.