El buen samaritano
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Lc 10,25-37) - En aquel tiempo, un doctor de la Ley se levantó para poner a prueba a Jesús y le preguntó: "Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?". Jesús le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo se lee? Él respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y ​​con todas tus fuerzas, y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo”. Le dijo: «Bien respondiste; Haz esto y vivirás." Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: "¿Y quién es mi prójimo?". Jesús continuó: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que le quitaron todo, lo golpearon sangrientamente y se fueron dejándolo medio muerto. Por casualidad, por ese mismo camino iba un sacerdote y, al verlo, pasó de largo. Incluso un levita, al llegar a aquel lugar, lo vio y pasó de largo. En cambio, un samaritano que iba de viaje, pasando junto a él, lo vio y tuvo compasión de él. Se acercó a él, le vendó las heridas, vertiendo aceite y vino; luego lo subió a su montura, lo llevó a un hotel y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y se los dio al mesonero, diciendo: «Cuida de él; Lo que gastes además, te lo pagaré cuando regrese". ¿Cuál de estos tres crees que fue vecino del que cayó en manos de los bandoleros?". Él respondió: "¿Quién tuvo compasión de él?". Jesús le dijo: "Ve y haz lo mismo".

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

Esta parábola se encuentra entre las más conocidas del Evangelio. El hombre medio muerto abandonado al borde del camino representa a todos los pobres (personas individuales y, a veces, poblaciones enteras) que todavía hoy son removidos y abandonados al margen de la vida. Pues bien, el Evangelio nos enseña a ver a ese hombre medio muerto, abandonado por todos, como hermano del Señor y amigo nuestro. El Evangelio, a través del ejemplo del samaritano, desconocido para aquel hombre medio muerto, nos insta a descubrir no sólo el valor moral sino también el valor profundamente humano y religioso de la fraternidad universal. Se trata de sentir que todos los débiles y pobres son miembros de la familia de Dios. Podríamos decir que son nuestros familiares y deberíamos tratarlos como tales. Hay en esta actitud un desquiciamiento radical que parte del mismo Dios: ha elegido a los pobres como sus hijos predilectos, los escucha, los protege y los coloca como intercesores de quienes los ayudan. El mismo Jesús se identifica con ellos, como escribe el Evangelio de Mateo en el Juicio Final. Se produce entonces una especie de identificación entre el samaritano y el hombre medio muerto. El samaritano es el mismo Jesús; es él quien desde Jerusalén recorre los caminos que conducen a los muchos Jericó de este mundo. Es él quien primero se detiene y nos insta a hacer lo mismo. Y cada vez que también nosotros nos detenemos, como hizo el samaritano, al lado de los pobres, nos encontramos cara a cara con Jesús, aunque al principio tenga el rostro de un hombre abandonado. Si no antes, ciertamente al final de la vida, en el momento del juicio, veremos en el rostro de Jesús los rasgos de aquel hombre abandonado al que ayudamos.