Evangelio (Lc 6,12-19) - En aquellos días, Jesús fue al monte a orar y pasó toda la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos, a quienes también puso el nombre de apóstoles: Simón, para a quien también le dio el nombre de Pedro; Andrea, su hermano; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás; Santiago, hijo de Alfeo; Simón, llamado Zelote; Judá, hijo de Jacobo; y Judas Iscariote, quien se convirtió en el traidor. Habiendo descendido con ellos, se detuvo en un lugar llano. Había una gran multitud de sus discípulos y una gran multitud de gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón, que habían venido para escucharlo y ser sanados de sus enfermedades; Incluso los que eran atormentados por espíritus inmundos eran sanados. Toda la multitud intentaba tocarlo, porque de él salía una fuerza que sanaba a todos.
El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia
Hoy la Iglesia recuerda a los apóstoles Simón y Judas. A Simón se le apoda el "zelote" quizás porque pertenecía al grupo de fanáticos antirromanos que también practicaban la violencia. Cuenta la tradición que predicó el Evangelio en Samaria, Mesopotamia y murió en Persia. Judas, también conocido como Tadeo que significa "magnánimo", es el apóstol que en la última cena pidió a Jesús que se revelara sólo a los discípulos y no al mundo. Su nombre aparece el último en las listas de los apóstoles. La tradición lo señala como autor de la carta del mismo nombre dirigida a los conversos del judaísmo. Casi nada se sabe sobre sus vidas. Pero esto no los hace menos importantes que los demás. En la Iglesia no cuenta la notoriedad, sino la comunión con el Señor y con los hermanos. En el pasaje evangélico se subraya no la diversidad de sus tareas, sino el hecho crucial de que todos estén al lado de Jesús: la búsqueda de quién entre ellos es el primero parece completamente fuera de lugar. Lamentablemente, esto también sucede con frecuencia en la comunidad cristiana. El primer lugar no se busca en servir, sino en aparecer o ser protagonistas. La primacía a buscar es más bien la del amor, del servicio generoso y desinteresado. El evangelista subraya la lista de nombres. Jesús llama a todos por su nombre, incluso a Simón y Judas. Es su llamada directa -por su nombre- la que los convierte en discípulos y luego apóstoles, enviados a la misión del Evangelio. De esta llamada común brota también la fraternidad entre ellos. Por eso Jesús podrá decir que es a través del amor mutuo que los demás los reconocerán como sus discípulos. El nombre, en la mentalidad bíblica, no es sólo una herramienta útil para llamarnos, es mucho más: significa la historia, el corazón, la vida de cada uno.