XXV del tiempo ordinario
M Mons. Vincenzo Paglia
00:00
03:01

Evangelio (Mc 9,30-37) - En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos pasaban por Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera. En efecto enseñó a sus discípulos y les dijo: «El Hijo del hombre ha sido entregado en manos de los hombres y lo matarán; pero una vez muerto, al cabo de tres días resucitará". Sin embargo, ellos no entendieron estas palabras y tuvieron miedo de interrogarlo. Llegaron a Cafarnaúm. Cuando estuvo en la casa, les preguntó: "¿De qué estaban discutiendo en la calle?". Y guardaron silencio. De hecho, en la calle habían discutido entre ellos quién era más grande. Sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". Y tomando un niño, lo puso entre ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe en mi nombre a uno solo de estos niños, a mí me recibe; y el que me recibe, no me recibe a mí, sino el que me envió."

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

«El Hijo del hombre es entregado en manos de los hombres y lo matarán». Es la segunda vez que Jesús confía a sus discípulos los resultados de su viaje hacia Jerusalén. Sin embargo, una vez más, ninguno de los discípulos entiende el corazón y los pensamientos de Jesús, de hecho, al llegar a la casa, Jesús les pregunta de qué estaban discutiendo en el camino. Pero "guardaron silencio", observa el evangelista. El silencio es señal de vergüenza por lo que habían discutido. Fue bueno sentir vergüenza: es el primer paso hacia la conversión, es la conciencia de la distancia que nos separa de Jesús y del Evangelio. Sin esta palabra, seguimos siendo prisioneros de nosotros mismos y de nuestras paupérrimas seguridades. El evangelista escribe: «Se sentó y llamó a los Doce» y comenzó a explicarles una vez más el Evangelio. Cada comunidad debe reunirse en torno al Evangelio y escuchar al Señor: somos corregidos y puestos a disposición para recibir como don los sentimientos y pensamientos de Jesús: "Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". (Mc 9,35), nos dice Jesús, trastocando la lógica del mundo. El que sirve es el primero, no el que manda. Para hacernos comprender bien esta perspectiva, Jesús tomó a un niño, lo abrazó y lo colocó en medio del grupo de discípulos: era centro no sólo físicamente, sino de atención, de preocupación, del corazón. Ese niño -es decir, los pequeños, los débiles, los pobres- debe estar en el centro de las preocupaciones de las comunidades cristianas, porque "quien acoge en mi nombre a uno solo de estos niños, a mí me acoge", explica el mismo Jesús. En los pequeños, en los indefensos, en los débiles, en los pobres, en los enfermos, en aquellos a quienes la sociedad rechaza y aleja, está verdaderamente presente Jesús, incluso el Padre mismo.