Santiago de Zebedeo
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Mt 20,20-28) - En aquel tiempo, la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús con sus hijos, y se postró para preguntarle algo. Él le dijo: "¿Qué quieres?" Él le respondió: "Di a estos hijos míos que se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu reino". Jesús respondió: «No sabéis lo que pedís. ¿Puedes beber la copa que estoy a punto de beber?". Le dicen: "Podemos". Y añadió: «Beberéis mi copa; Pero no me corresponde a mí permitiros sentaros a mi derecha o a mi izquierda, sino a aquellos para quienes mi Padre lo ha preparado". Los otros diez, al oír esto, se indignaron contra los dos hermanos; pero Jesús, llamándolos, dijo: «Los jefes de las naciones, ya sabéis, las dominan y los grandes ejercen poder sobre ellas. No debe ser así entre vosotros; pero el que entre vosotros quiera hacerse grande será vuestro siervo, y el que entre vosotros quiera ser el primero será vuestro esclavo; así como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos."

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

Hoy la Iglesia recuerda al apóstol Santiago. Jesús lo había encontrado a orillas del lago de Galilea y lo había llamado a seguirlo, junto con su hermano Juan. Al escuchar inmediatamente la invitación de Jesús a seguirlo, Santiago, llamado el "mayor" para distinguirlo del otro Santiago, comenzó su camino como discípulo. Como todos, no siempre comprendió el proyecto de amor del Señor para su vida y también él, como los demás, se dejó vencer por la tentación de pedir un acomodo, un papel para sí mismo. En verdad, el discipulado requiere ante todo escuchar al maestro y no buscar la propia adaptación. La petición de tener un lugar a la derecha de Jesús no fue ingenua por parte de la madre de los dos niños. Y la reacción de celos de los demás no se hace esperar. Jesús corrige pacientemente y continúa hablándoles a todos. Y Santiago, que quizás ni siquiera había comprendido del todo la respuesta de Jesús, sin embargo no deja de seguirlo y de escucharlo, además de recibir la corrección del maestro cuando, por demasiado celo, quiere enviar fuego del cielo para destruir a aquellos. Samaritanos que no quisieron acoger a Jesús, pero el encuentro con Jesús resucitado y la acogida del Espíritu Santo en su corazón hicieron de Santiago un testigo del Evangelio, hasta el derramamiento de su sangre. Según la tradición fue el primer apóstol que sufrió el martirio. Aquel día, Santiago probó la misma copa que había bebido Jesús: su vida se había vuelto como la del maestro: gastada por los demás. Esto era lo que su Señor le había pedido. Y obedeciendo hasta el final, Santiago cumplió la misión que Jesús le había confiado.