Evangelio (Mt 6,1-6.16-18) - En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Tened cuidado de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser admirados por ellos, de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. Por tanto, cuando deis limosna, no toquéis la trompeta delante de vosotros, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por el pueblo. En verdad os digo: ya han recibido su recompensa. Más bien, mientras das limosna, no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede en secreto; y vuestro Padre, que ve en lo secreto, os recompensará. »Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas que, en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, gustan de orar de pie, para ser vistos por la gente. En verdad os digo: ya han recibido su recompensa. En cambio, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en secreto; y vuestro Padre, que ve en lo secreto, os recompensará. »Y cuando ayunéis, no os pongáis melancólicos como los hipócritas, que ponen cara demacrada para mostrar a los demás que están ayunando. En verdad os digo: ya han recibido su recompensa. En cambio, cuando ayunéis, perfumate la cabeza y lávate allí la cara, para que no vean que tú ayunas, sino sólo tu Padre, que está en secreto; y vuestro Padre, que ve en lo secreto, os recompensará."
El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia
Jesús continúa hablando de justicia. Aclaró, con los ejemplos que hemos meditado en los últimos días, que la Ley antigua debe vivirse con un espíritu nuevo, con un corazón renovado. La fe en el Señor no se mide por la observancia externa de prácticas ni por el número de gestos que se realizan, ni por el consenso que se puede obtener de las personas. La fe se mide por la conversión del corazón al Señor. Jesús, en este pasaje evangélico, recuerda tres prácticas religiosas muy consideradas: la limosna, la oración y el ayuno. Pero lo que quiere subrayar es la invitación a la interioridad que está presente en estas tres prácticas que tienen una importancia fundamental en la vida del creyente. Pero hay que vivirlos en profundidad. La limosna, de la que hoy por desgracia incluso algunos cristianos se burlan, no es simplemente un gesto de satisfacción hacia los necesitados. La limosna requiere la implicación del corazón con los pobres. Es necesario tocarlos, llamarlos por su nombre, interesarse por ellos, en una palabra amarlos porque el mismo Cristo está presente en ellos. Ésta es la espiritualidad de la limosna. Y esto es lo que Dios ve en secreto, es decir, en profundidad. Incluso la oración no consiste en la exterioridad de los ritos, sino sobre todo en hacer espacio en el corazón a la Palabra de Dios: ésta es la interioridad que Dios ve y se complace. Lo mismo ocurre con el ayuno. Lo que no está en cuestión es la externalidad de una práctica, sino esa lucha interna que es imprescindible para disminuir nuestro egocentrismo -he aquí el propósito del ayuno- para hacer crecer en nosotros el espacio de acogida del Señor.