Evangelio (Mc 4,35-41) - Aquel día, al anochecer, Jesús dijo a sus discípulos: "Crucemos a la otra orilla". Y despidiendo a la multitud, le llevaron consigo, tal como estaba, en la barca. También iban con él otras embarcaciones. Hubo un gran vendaval y las olas entraban a borbotones en la barca, a tal punto que ya estaba llena. Estaba en la popa, sobre la almohada, durmiendo. Entonces lo despertaron y le dijeron: "Maestro, ¿no te importa que estemos perdidos?" Se despertó, amenazó el viento y le dijo al mar: "¡Cállate, cálmate!". El viento cesó y se hizo una gran calma. Luego les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Todavía no tienes fe?". Y ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: "¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?"
El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia
"¿No te importa que estemos perdidos?" Ciertamente es un grito de desesperación, pero también expresa la confianza que tienen en ese maestro. Es fácil ver en ese grito los innumerables gritos que surgen de este mundo nuestro sacudido por olas de todo tipo que ponen en peligro a hombres y mujeres, especialmente en los países más pobres, como los desgarrados por guerras y conflictos. También nosotros podemos pensar que Jesús está durmiendo, dado que los acontecimientos del mundo continúan hasta el punto de amenazar con tragedias aún mayores. El Evangelio quiere decirnos que Jesús no nos abandona y sigue a nuestro lado, incluso cuando estamos en la tormenta. Eso sí, podemos pensar que está durmiendo. Sin duda nos gustaría una vida sin tormentas, sin problemas, sin miedo alguno. Pero la vida es también una lucha contra el mal, contra las tormentas que quieren impedirnos llegar a la orilla de la paz. Ese sueño indica la plena confianza de Jesús en el Padre: sabe que el Padre nunca abandona a nadie. Más bien espera nuestra oración, nuestro grito de ayuda. La oración parte de un grito de ayuda, incluso personal, pero no sólo. Hay un ministerio de intercesión que debemos redescubrir: los cristianos están llamados a orar por todos. Al grito de los discípulos, Jesús se despierta, se pone de pie sobre la barca, amenaza el viento y el mar tempestuoso. E inmediatamente el viento cesa y se calma. Dios vence los poderes hostiles que no permiten el cruce, es decir, que impiden llegar a las costas de la fraternidad, la justicia y la paz. El episodio termina con una nota singular. Los discípulos, presa de un gran temor, se dicen unos a otros: "¿Quién es éste?". El texto de Marcos habla de miedo más que de asombro. Es el temor santo de estar en la presencia de Dios, sí, el temor de quien se siente pequeño y pobre ante el salvador de la vida; el temor de aquellos que, débiles y pecadores, son sin embargo acogidos por quien los supera en amor; el miedo a no saber aprovechar la cercanía de Dios en nuestra vida cotidiana; el miedo de no dispersar el "sueño" de un mundo nuevo que también Jesús inició en nosotros y con nosotros. Este miedo es precisamente la señal que nos hace comprender que ya estamos en la otra orilla.