Curación de un leproso
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Mt 8,1-4) - Cuando Jesús descendió del monte, lo seguía una gran multitud. Y he aquí, se acercó un leproso, se postró ante él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes purificarme". Extendió la mano y lo tocó diciendo: «Lo quiero: ¡sé purificado!». Y al momento su lepra fue sanada. Entonces Jesús le dijo: «Ten cuidado de no decírselo a nadie; ve más bien y muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda prescrita por Moisés para testimonio para ellos".

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

Jesús acaba de terminar de pronunciar el Sermón de la Montaña, frente a una gran multitud. Llamó bienaventurados a los pobres, a los afligidos, a los mansos y a los que tienen hambre y sed de justicia. Ahora desciende del monte, como descendió Moisés del monte, con las tablas de la ley. Y he aquí, un leproso viene corriendo ante la ley del amor que Jesús acaba de proclamar. Un hombre a quien la ley había mantenido aislado en su enfermedad e impureza, considerado contagioso. «¡Señor, si quieres, puedes purificarme!». Es una oración sencilla, pero llena de fe: “Si quieres”. Jesús, que luego dirá a los discípulos "llamad y se os abrirá", abre inmediatamente la puerta de su misericordia, extiende la mano, toca al leproso y le habla. Y la lepra desaparece. Jesús no tiene miedo de detenerse ante ese enfermo: lo cuida, lo toca y le dice palabras de cariño. Entonces él lo cura. Jesús, que va más allá de las provisiones rituales, muestra a sus discípulos cómo estar cerca de los necesitados, cómo cuidar de ellos. Éste es el significado de la escucha, de la mano que se extiende para tocar a ese leproso, de las palabras que le dirige. Y afirma claramente cuál es la voluntad de Dios: "Yo quiero: ser purificados". Ésta debe ser siempre también la voluntad de los discípulos y de toda comunidad cristiana. Si Jesús nos enseña a acoger, al mismo tiempo, a través de este leproso, nos enseña cómo debemos presentarnos ante él. Le tendemos la mano y él nos sana.