Evangelio (Jn 15,26—16,4) - En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando venga el Paráclito, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y vosotros también das testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio. Te dije estas cosas para que no te escandalices. Os echarán de las sinagogas; De hecho, viene la hora en que cualquiera que os mate creerá que está dando culto a Dios, y lo hará, porque no me han conocido ni al Padre ni a mí. Pero os he dicho estas cosas para que cuando llegue su tiempo, os acordéis, porque os lo he dicho."
El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia
El Señor vuelve para tranquilizar a sus discípulos: es cierto que pronto se separarán, pero no para permanecer más separados. El amor de Jesús, podríamos decir amor cristiano, no termina con el fin de la cercanía física. El mismo Jesús pide a sus discípulos, después de Pascua, que se confirmen mutuamente en la fe y testimonien al mundo el amor que los unía a él y que continúa guiándolos en sus caminos. El amor que el Señor derrama en sus corazones desciende de lo alto; no es el resultado de su esfuerzo; es un don particular de Dios, y es un amor extraordinario: se multiplica al vivirlo y se encoge hasta agotarse si no se practica. Les dice: «Cuando venga el Paráclito, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí». El Espíritu de amor que viene del Padre es transmitido a los discípulos por el Hijo. Su fuerza inspira una amistad y un afecto que los une de manera estable y fuerte, hasta el punto de hacerlos capaces de dar testimonio de la misma fuerza del Espíritu. El testimonio de este amor por parte de los discípulos suscitará siempre oposición y hostilidad, les advierte Jesús, por parte de quienes no lo conocen. Y los enemigos intentarán poner en peligro la vida misma de los discípulos. Es la triste realidad de las persecuciones que todavía afectan a los creyentes hoy. Pero los discípulos no deben tener miedo. El Señor no abandona a su pueblo a su suerte. Por supuesto, los discípulos tienen todavía una gran responsabilidad: la de comunicar el Evangelio del amor a este mundo nuestro para que se aleje del mal y del pecado y encuentre el camino de la salvación.