Evangelio (Jn 19,25-34) - En aquel tiempo, estaban cerca de la cruz de Jesús su madre, la hermana de su madre, María, madre de Cleofás, y María de Magdala. Entonces Jesús, viendo junto a ella a su madre y al discípulo a quien amaba, dijo a su madre: "¡Mujer, aquí tienes a tu hijo!". Luego dijo al discípulo: "¡Ahí tienes a tu madre!". Y desde aquella hora el discípulo la acogió consigo.
El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia
Después de celebrar la gran fiesta de Pentecostés, que marcó el inicio de la historia de la Iglesia en el mundo, la liturgia nos invita a contemplar a María con el título de madre de la Iglesia. Podríamos decir que esta maternidad aparece ya bajo la cruz, cuando el mismo Jesús dice a María: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" y al discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Estas palabras de Jesús hablan a nuestras vidas, a cada uno de nosotros que tan fácilmente nos vemos presionados a estar seguros, a evitar problemas, a alejarnos del sufrimiento y a no enfrentar el desafío del mal. María, tal vez, comprendió aquel día la verdad de las palabras que Simeón le había dirigido: "A ti también una espada te traspasará el alma" (Lc 2,35), como la lanza había traspasado el costado de Jesús. Dondequiera que se forma una comunidad de discípulos bajo la cruz, signo de todo sufrimiento humano, allí está la Iglesia. Debemos pararnos y detenernos en las muchas pruebas del mundo, junto a tantos crucifijos, para recibir el consuelo de encontrar una madre y un hijo, de tener hermanos y hermanas que no nos abandonen y no nos dejen solos. “Y desde aquella hora – dice el Evangelio – el discípulo la acogió consigo”. Acoger a la madre de Jesús en vuestra casa, en vuestro corazón significa estar con Ella bajo las muchas cruces del mundo como signo de esperanza y de comienzo de una nueva vida, de una nueva familia que se está formando. El icono de la crucifixión, con María y Juan bajo la cruz, se convierte en modelo de la Iglesia, de toda comunidad cristiana.