Fiesta de la Santísima Trinidad
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Mt 28,16-20) - En aquel tiempo, los once discípulos se dirigieron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Cuando lo vieron, se inclinaron. Pero dudaron. Jesús se acercó y les dijo: «A mí me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo".

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

El tiempo después de Pentecostés es el momento para que la Iglesia cumpla la misión de llevar el Evangelio a todos los pueblos. Aquellas lenguas de fuego que recibieron los discípulos el día de Pentecostés no desaparecieron con la puesta del sol de aquel día. Son el verdadero tesoro de sabiduría que el Señor dio a los discípulos para que se dejaran guiar por su calidez y su luminosidad para reunir en la unidad a los dispersos y esclavos de los amos de este mundo. Así, el apóstol Pablo escribe a los romanos: «No habéis recibido el espíritu de esclavitud para volver al miedo, sino el espíritu de adopción, por quien clamamos: ¡Abba! ¡Padre!" (Romanos 8:15). De Pentecostés nace una Iglesia popular que habla con claridad y con nueva fuerza el lenguaje del amor a todos, el lenguaje de la paz entre todos los pueblos. La fiesta de la Trinidad nos recuerda la urgencia de la tarea que el Señor confía a su Iglesia. La celebración de hoy es una invitación renovada a insertarnos en el dinamismo mismo de Dios y a vivir su propia vida de amor y compasión por toda la familia humana. El Señor realiza la salvación -como dice el Vaticano II- reuniendo a su alrededor a hombres y mujeres en una familia numerosa e ilimitada. La salvación se llama, precisamente, comunión con Dios y entre los hombres.