Cuarto domingo de Adviento
M Mons. Vincenzo Paglia
00:00
00:00

Evangelio (Lc 1,26-38) - En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David. La virgen se llamaba María. Entrando en ella, le dijo: "Alégrate, llena eres de gracia: el Señor está contigo". Ante estas palabras ella se molestó mucho y se preguntó qué sentido tenía un saludo como éste. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Y he aquí, concebirás un hijo, lo darás a luz y lo llamarás Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; El Señor Dios le dará el trono de David su padre y reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: "¿Cómo puede ser esto, si no conozco varón?". El ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por tanto, el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Y he aquí, Isabel, tu parienta, también en su vejez ha concebido un hijo, y éste es el sexto mes para la que llamaban estéril. nada es imposible para Dios ». Entonces María dijo: "He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra". Y el ángel se alejó de ella.

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

Estamos en el umbral de la Navidad y la Palabra de Dios nos recuerda la promesa del Señor a David: «Porque no he habitado en casa desde que saqué a Israel de Egipto hasta hoy; Anduve deambulando bajo una tienda de campaña, en un pabellón". Dios no buscó una casa para sí, para que su pueblo pudiera adorarlo allí. Dios se hizo peregrino con su pueblo, desde que escuchó su grito de dolor en Egipto. Dejó su hogar en el cielo - mucho más rico y confortable que cualquier hogar de cedro - para descender abajo y liberar a su pueblo de la esclavitud, acompañándolos día tras día en el desierto de este mundo - viviendo, de hecho, en la tienda - porque su la gente pudo alcanzar la estabilidad de la tierra que él les había prometido. Estar bajo la tienda es la condición permanente de Dios. Esta antigua página bíblica ilumina la Navidad de este tiempo difícil: ¡cuántos pobres, cuántos niños y ancianos, enfermos y refugiados están abandonados, en la precariedad, exactamente como bajo una tienda desprotegida! Pero como en los tiempos de David, como aquella noche en la cueva en las afueras de Belén, ¡también hoy el Señor está en las numerosas cuevas fuera de las casas, en los numerosos lugares de dolor y de abandono! ¡Es allí donde el Señor Jesús celebra la Navidad! Y será el mismo Señor quien dará una casa a su pueblo: «¿Quizás me edifiques una casa, para que pueda habitar en ella? El Señor hará un hogar para vosotros." Es la profecía del misterio de la Navidad.
El Señor hace de su pueblo un hogar para todos, una casa grande y sólida, hecha de piedras vivas. Y en Navidad, cuando el Verbo se hace carne, el Señor pone la primera piedra de este nuevo edificio espiritual, la piedra angular, Jesús. En las costumbres de la época, la piedra angular tenía que ser una piedra diferente a las demás, más resistente porque se desmoronaría con el tiempo. Había que elegirlo con cuidado. Y Dios, que tanto amó al mundo, envió a su Hijo, lo que más amaba. A ese Hijo que no es bienvenido, como la piedra que rechazaron los constructores, Dios lo puso como fundamento de su casa. Esta Navidad, el Señor vuelve a colocar a su Hijo como piedra angular de un nuevo edificio. De esta piedra se desprende una energía de amor que ensancha los muros de los corazones, que ensancha los muros de esta casa nuestra, abre aún más sus puertas para llegar allí donde se encuentran los pobres dispersos en esta sociedad nuestra. Y podremos ver con los ojos del cuerpo la verdad de las palabras de Jesús: "En la casa de mi Padre hay muchas moradas". Dondequiera que vamos, cuantos pobres encontramos, dondequiera que nos reunimos con este espíritu, allí el Señor nace, acoge y consuela. El Evangelio nos muestra a María, la madre del niño, la primera de los creyentes. En ella, una mujercita de Galilea, el Verbo se hace carne: abrió su corazón a la Palabra de Dios y se convirtió en la primera morada de Dios en la tierra.