XXIV del tiempo ordinario
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Mc 8,27-35) - En aquel tiempo, Jesús salió con sus discípulos hacia las aldeas cercanas a Cesarea de Filipo, y en el camino interrogó a sus discípulos diciendo: "¿Quién dicen que soy yo?". Y ellos le respondieron: «Juan el Bautista; otros dicen Elías y otros uno de los profetas." Y él les preguntó: "¿Pero vosotros quién decís que soy yo?". Pedro le respondió: "Tú eres el Cristo". Y les ordenó estrictamente que no hablaran de él con nadie. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre tenía que sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, ser asesinado y, al cabo de tres días, resucitar. Pronunció este discurso abiertamente. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro y dijo: «¡Apártate de mí, Satanás! Porque no pensáis según Dios, sino según los hombres." Habiendo reunido a la multitud junto con sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará".

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

La escena evangélica se desarrolla en la alta Galilea, mientras Jesús recorre los pueblos de los alrededores de Cesarea de Filipo, localidad situada muy lejos de Jerusalén, dentro de una región casi totalmente pagana. El evangelista quiere sugerir que desde aquí comienza el camino de Jesús hacia la ciudad santa. A partir de este momento Jesús habla "abiertamente" con los discípulos, sin que nada lo detenga más. En el camino, les pregunta sobre la opinión que la gente se ha formado sobre él. Como se ve, es el mismo Jesús quien plantea, en medio del relato, la "cuestión central" de todo el Evangelio: el problema de su identidad. Jesús deja de lado las opiniones de la gente y hace la pregunta directamente a los discípulos: "¿Y vosotros quién decís que soy yo?". Pedro le responde abierta e inequívocamente: "¡Tú eres el Cristo!" (“Cristo” es la traducción griega del hebreo “Mesías”, que literalmente significa “el ungido”). Jesús, ante las palabras que lo reconocen como el Mesías, comienza a hablar de su pasión (a partir de este momento hablará de ella dos veces más). Dice que el Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho, ser reprendido por los ancianos del pueblo, por los principales sacerdotes y por los escribas; luego siendo asesinado y resucitado al tercer día. Pedro, al oír estas palabras, lleva a Jesús aparte y comienza a reprenderlo. Había reconocido la incomparable grandeza de Jesús lo suficiente como para utilizar para él el título más grande que tenía disponible, pero no podía aceptar el "fin" que Jesús les había propuesto. Y es aquí donde chocan dos concepciones del Mesías: la de Pedro, ligada a la fuerza, al poder que domina, al establecimiento de un reino político; el otro, el de Jesús, marcado por la humillación hasta la muerte que desembocará, sin embargo, en la resurrección. Jesús, llamando a la multitud que lo seguía, dice que si alguno quiere ser su discípulo debe negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirlo. Y añade: quien pierde la vida de esta manera, en realidad la salva. Todo esto aparecerá claro el día de la resurrección de Jesús, pero de ahora en adelante, también para nosotros, el camino del servicio al Evangelio y al Señor es el camino para vivir plenamente según Dios.