Para que sean una cosa como nosotros
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Jn 17,20-26) - En aquel tiempo, [Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo:] «No ruego sólo por éstos, sino también por los que creen en mí por su palabra: para que todos sean uno; Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos también sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Y la gloria que me diste, yo se la di a ellos, para que sean una sola cosa, así como nosotros somos una sola cosa. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad y el mundo sepa que tú me enviaste y que los amaste como a mí. »Padre, quiero que los que me has dado, donde yo estoy, estén también conmigo, para que contemplen mi gloria que me has dado; porque me amaste antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre y lo haré saber, para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos."

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

Esta página evangélica relata la tercera y última parte de la "oración sacerdotal" de Jesús. Los muros del cenáculo parecen ensancharse y la oración siempre abre el corazón a nuevas perspectivas, por lo que ante los ojos de Jesús un nutrido grupo de hombres y mujeres de todas partes de la tierra, esperando consuelo y paz. Jesús ora por este vasto pueblo y pide al Padre: «Para que todos sean uno; Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste". Jesús pide que sean una verdadera hermandad de hombres y mujeres, de sanos y enfermos, de pequeños y grandes. Por otra parte, es precisamente esta unidad la que califica a los discípulos de Jesús y los hace creíbles en el mundo. Hombres y mujeres de cualquier generación – dice Jesús – creerán en el Evangelio en la medida en que los discípulos den testimonio de amor mutuo. Jesús establece una relación directa entre el amor de los discípulos y la comunicación del Evangelio. Sin el testimonio del amor mutuo no puede haber misión cristiana ni evangelización creíble. Debemos tener más coraje para preguntarnos si realmente somos fermento de amor, de unidad, de solidaridad, de comunión. No se debe subestimar el riesgo de individualizar el cristianismo; al contrario, es a menudo una realidad muy extendida. Por eso la misión es a menudo débil y poco eficaz. Quienes experimentan la belleza de este amor saben que nada puede romperlo. Ni siquiera la muerte. Y la unidad entre los discípulos es la profecía de la Iglesia al mundo contemporáneo resignado. No existe organización, ni siquiera la más perfecta técnicamente, que pueda sustituir el amor entre hermanos. Éste es también el secreto de la eficacia de la misión de la Iglesia hoy.