Dos encuentros vocacionales
M Mons. Vincenzo Paglia
00:00
02:27

Evangelio (Mt 8,18-22) - En aquel tiempo, al ver Jesús la multitud que lo rodeaba, les ordenó pasar al otro lado. Entonces se le acercó un escriba y le dijo: “Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas”. Jesús le respondió: "Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza". Y otro de sus discípulos le dijo: Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Pero Jesús le respondió: "Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos".

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

Jesús se deja acercar a nuestra humanidad, pero para cambiarla. Es un verdadero maestro, un amigo que, precisamente porque nos ama, nos ayuda a ser diferentes. Un escriba se acerca a él y lo llama respetuosamente con el título de "maestro" y le expresa su voluntad de seguirlo. Este escriba parece ser como la semilla que cae donde no hay tierra, es decir, donde falta corazón. Sin raíces la semilla pronto es quemada por el sol de la adversidad y se pierde, se convierte en una ilusión como muchas otras. Jesús quiere que la semilla dé fruto, porque de lo contrario nuestra vida queda estéril. Jesús, de hecho, responde que seguirlo significa vivir como él, es decir, no tener ni casa ni lugar donde reclinar la cabeza porque toda la vida debe estar dedicada a los demás. Jesús no vino a la tierra para ofrecer garantías y seguridad para sí mismo y los suyos. El cristiano no es creado como hijo para encerrarse en un universo pequeño y seguro, sino para llegar hasta los confines de la tierra. El cristiano es siempre un misionero, un hombre que sale de sí mismo para encontrar su salvación. Incluso cuando, como la mayoría de nosotros, el discípulo tiene un hogar estable, todavía está llamado a alimentar y cultivar la pasión y el interés por el mundo y por las necesidades de la Iglesia extendida por toda la tierra. Con la misma radicalidad Jesús responde al discípulo que le pide que vaya a enterrar a su padre antes de seguirlo. La respuesta de Jesús es paradójica. En efecto, no se trata de dureza de corazón o de falta de misericordia, sino de prioridad absoluta de la elección por el Señor. Sin dejarlo todo no entendemos el amor del Señor.