Evangelio (Mt 13,1-9) - Ese día Jesús salió de casa y se sentó junto al mar. Se reunió tanta multitud a su alrededor, que subió a una barca y se sentó, mientras toda la multitud permanecía en la playa. Les habló muchas cosas en parábolas. Y dijo: «He aquí el sembrador salió a sembrar. Mientras sembraba, otra parte cayó en el camino; Los pájaros vinieron y se lo comieron. Otra parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; brotó inmediatamente, porque la tierra no era profunda, pero cuando salió el sol, se quemó y, al no tener raíces, se secó. Otra parte cayó sobre las zarzas, y las zarzas crecieron y la asfixiaron. Otra parte cayó en tierra buena y dio fruto: ciento, sesenta, treinta por uno. El que tenga oídos, que escuche."
El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia
El Evangelio nos presenta a Jesús junto al mar de Galilea, obligado a subir a una barca debido a la gran multitud que se había reunido a su alrededor. Cuenta una parábola importante. Y, caso raro en los evangelios, él mismo lo explica. El significado subyacente de la parábola es claro: debemos vivir de la escucha del Evangelio y no de nuestra propia presunción. El sembrador sale a sembrar y arroja la semilla a grandes brazadas. No parece preocuparse por elegir el suelo, ya que muchas semillas se pierden. Sólo los que caen en buena tierra dan fruto. Jesús, aunque no lo diga, se compara con el sembrador. Es suya, típicamente suya, ciertamente no nuestra, la generosidad al esparcir la semilla. Ese sembrador no es un calculador mesurado; y, es más, parece confiar incluso en aquellas tierras que son más un camino o un montón de piedras que tierra arada y disponible. No se descarta ninguna porción. El terreno es el mundo, incluso esa parte del mundo que somos cada uno de nosotros. No es difícil reconocer en la diversidad del terreno la complejidad de las situaciones del mundo y de cada uno de nosotros. Jesús no quiere dividir a los hombres y mujeres en dos categorías, los que representan la buena tierra y los demás la mala. Cada uno de nosotros resume toda la diversidad de terrenos que relata el Evangelio. Quizás un día sea más rocoso y otro menos; otras veces acoge el Evangelio pero luego se deja sorprender por la tentación; y en otro momento escuchar y dar fruto. Una cosa es segura para todos: el sembrador necesita entrar en la tierra, remover los terrones, quitar las piedras, arrancar las hierbas amargas y sembrar la semilla en abundancia. El suelo, sea pedregoso o bueno, casi no importa, debe acoger la semilla, es decir, la Palabra de Dios, es siempre un don.