El perdón en el corazón del Evangelio
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Mc 2,1-12) - Al cabo de unos días, Jesús volvió a entrar en Cafarnaúm. Se supo que él estaba en la casa y se reunió tanta gente que ya no había lugar ni siquiera delante de la puerta, y les anunció la palabra. Llegaron a él con un paralítico llevado entre cuatro personas. Pero como no podían llevárselo a causa de la multitud, descubrieron el techo del lugar donde estaba y, haciendo una abertura, bajaron la cama en la que yacía el paralítico. Jesús, al ver su fe, dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados". Había allí sentados unos escribas que pensaban en su corazón: «¿Por qué habla éste así? ¡Blasfemia! ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?”. Pero Jesús, sabiendo inmediatamente en su espíritu que pensaban así dentro de sí, les dijo: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu camilla y anda? Ahora bien, para que sepas que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados, te mando - dijo al paralítico - levántate, toma tu camilla y vete a tu casa". Se levantó, tomó su cama y salió en presencia de todos y todos estaban asombrados y alababan a Dios diciendo: "¡Nunca hemos visto algo así!".

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

Jesús regresa de nuevo a Cafarnaúm y se dirige a la casa de Pedro, que ahora se ha convertido en el hogar habitual de esa pequeña comunidad. Las almas de las personas que acudieron se llenaron cada vez más de esperanza y en sus rostros pudimos ver el creciente deseo de sentirse bien, de tener una vida más tranquila, un futuro menos ansioso. Y por tanto, incluso para un paralítico había esperanza de recuperación. Unos amigos lo tomaron y lo llevaron ante Jesús, pero cuando llegaron a la puerta no pudieron entrar a causa de la gran multitud. Nada resignados, suben al tejado de la casa, lo descubren y bajan al enfermo a la habitación donde estaba Jesús. Es sorprendente el amor de estos amigos por aquel enfermo. No sólo no se dan por vencidos ante las dificultades que encuentran, como nos sucede a menudo a nosotros que cedemos ante la primera dificultad que encontramos, sino que inventan lo imposible para ayudarlo. La perseverancia del amor que esos cuatro amigos tienen por el paralítico y la confianza que depositan en el poder sanador de aquel joven profeta son los dos pilares que nos introducen en el milagro que está por suceder. Jesús, en cuanto ve a aquel enfermo, no sólo lo hace levantarse de su cama sino que también le perdona sus pecados. Ese paralítico se levanta nuevamente tanto en el cuerpo como en el corazón. Se ha recuperado completamente. Como todos los demás, aquel enfermo también necesitaba ser sanado en su corazón y no sólo en su cuerpo. Es el sentido de la misión evangelizadora de Jesús: cada uno necesita convertir su corazón al Evangelio. El Evangelio del amor debe ser anunciado también a los pobres para que ellos a su vez puedan comunicarlo a los demás. Con este milagro Jesús muestra que la salvación no sólo pertenece también a los pobres, sino que es desde la cercanía a ellos que comienza el nuevo reino que él vino a inaugurar.