Evangelio (Jn 16,29-33) - En aquel tiempo, los discípulos dijeron a Jesús: «He aquí, ahora hablas abiertamente y ya no veladamente. Ahora sabemos que lo sabes todo y no necesitas que nadie te cuestione. Por eso creemos que habéis venido de Dios." Jesús les respondió: "¿Creen ahora? He aquí que llega la hora, o más bien ya ha llegado, en que os dispersaréis cada uno por lo vuestro y me dejaréis en paz; pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho esto para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulaciones, pero tened valor: ¡Yo he vencido al mundo!
El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia
Los discípulos creen haberlo entendido todo; tal vez ya no necesites escuchar. Porque Jesús les abrió su corazón, revelándoles la belleza de la vida con el Padre que también les es ofrecida, creen que ya la poseen. Es la superficialidad de quien piensa reducir la fe a una simple cuestión de fórmulas para ser comprendida. Sin embargo, Jesús no se impacienta. Él, buen y paciente maestro, continúa hablándoles para que crezcan en conocimiento y amor. No los deja a merced de su orgullo y no quiere que sigan siendo esclavos de la presuntuosa creencia de que ya han llegado. Más bien, les pone cara a cara con su debilidad, con la fragilidad de su vida que pronto les hará temer por sí mismos y huir de la amenaza de verse implicados en la pasión de su amo. Les dice: «¿Creen ahora? He aquí que llega la hora, o mejor dicho, ya ha llegado, en que os dispersaréis cada uno por su lado y me dejaréis en paz". Jesús les advierte que se dispersarán precisamente porque no confían en el maestro y en su enseñanza. Esto es lo que sucederá en el momento del arresto en Getsemaní. Todos lo abandonan, incluso sus amigos más cercanos. Sólo el Padre permanece a su lado. De hecho, Jesús dice: "Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo". Este vínculo indisoluble con el Padre es verdadera paz para Jesús y quiere que sus discípulos también la compartan. La verdadera paz no surge de pensar que estamos exentos de todo problema y de todo límite, sino de la conciencia de que el Señor está dispuesto a ayudarnos en cada situación. Y podemos confiar en su buen poder que ha vencido a la muerte.