Padre, conságralos en verdad
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Jn 17,11b-19) - En aquel tiempo, [Jesús levantó los ojos al cielo y oró, diciendo:] «Padre Santo, guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estuve con ellos, los guardé en tu nombre que me diste, y los guardé, y ninguno de ellos se perdió, excepto el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura. »Pero ahora vengo a vosotros y os digo esto mientras estoy en el mundo, para que tengan dentro de sí la plenitud de mi gozo. Les di tu palabra y el mundo los aborreció, porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Consagrarlos en verdad. Tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo también los envié al mundo; por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad."

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

Jesús acaba de dirigirse al Padre para proteger a sus discípulos. Esos once estuvieron a punto de quedarse solos, es decir, sin su presencia física nunca más. Y Jesús sabe bien que tendrán que afrontar pruebas muy difíciles. ¿Podrán resistir los ataques del mal que intentará por todos los medios alejarlos de él y del Evangelio? Sabe bien que el diablo (en griego "el que divide") quiere dispersarlos y dejar a los hombres en soledad y aislamiento. Y reza: «Guárdalos en tu nombre… para que sean uno, como nosotros». La unidad entre el Padre y el Hijo se convierte no sólo en la medida de la autenticidad de los discípulos, sino también en la razón de la vocación cristiana. La salvación es la comunión de todos con el Padre y el Hijo. Y en la comunión encontramos la plenitud de la alegría, como dice el mismo Jesús: "Para que tengan en sí mismos la plenitud de mi alegría". La alegría de los discípulos no es un optimismo fácil y predecible, sino el fruto de la comunión que rompe toda división. Este trabajo no nace simplemente de nuestra buena voluntad, sino de la escucha de la Palabra de Dios que nos empuja a cada uno de nosotros a dejar nuestro propio mundo para encontrarnos con los demás y crear nuevos vínculos de fraternidad. Jesús no ora para que sean eliminados del mundo, sería la negación misma del Evangelio. Más bien, los cristianos están llamados a ser fermento de fraternidad en el mundo. Ésta es su vocación: transformar el mundo para que sea cada vez más un mundo de fraternidad y amor entre todos. “Como tú me enviaste al mundo, así los he enviado yo al mundo”. Hay como un hilo rojo que une el corazón de la Trinidad, cuando el Hijo dijo al Padre "¡Aquí estoy, envíame!", al envío de Jesús de los discípulos de todos los tiempos en misión al mundo para que puedan continuar cumpliendo la propia obra de Dios.