IV de Pascua
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Jn 10,11-18) - En aquel tiempo Jesús dijo: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El mercenario -que no es pastor y a quien las ovejas no pertenecen- ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo las rapta y las dispersa; porque es un mercenario y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor, conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas. »Y tengo otras ovejas que no salen de este redil: debo guiarlas también. Escucharán mi voz y serán un solo rebaño, un solo pastor. Por eso el Padre me ama: porque doy mi vida para luego recuperarla. Nadie me lo quita: yo lo doy de mí mismo. Tengo el poder de darlo y el poder de recuperarlo. Éste es el mandato que recibí de mi Padre".

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

“Yo soy el buen pastor”, nos ha repetido también el Señor esta tarde en el anuncio del Evangelio. La imagen del pastor era bien conocida en el Primer Testamento, que presenta varias veces a Dios mismo como pastor de su pueblo, que incluso asume el liderazgo directo de su rebaño cuando los responsables son "falsos" pastores. Son extraordinarias las páginas de Ezequiel que presenta a Dios como el "verdadero" pastor. Jesús utiliza aquí el nombre de "bueno", es decir, un pastor que está "conmovido" por las multitudes "cansados ​​y agotados como ovejas sin pastor", como escribe Marcos (6,34). Jesús es el verdadero y buen pastor. No es un mercenario, al que no pertenecen las ovejas, hasta el punto de que cuando ve venir al lobo "huye, y el lobo las rapta y las dispersa". Jesús reúne a las ovejas: "Vosotros erais como ovejas dispersas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas" (1Pe, 2,25), escribe el apóstol Pedro a las primeras comunidades cristianas. Esta preocupación de Jesús por las ovejas conmueve al Padre que está en el cielo: "Por eso - dice Jesús - el Padre me ama: porque yo pongo mi vida y luego la tomo". Es el misterio de la Pascua que celebramos: Jesús ofreció su vida para salvarnos. La muerte, para Jesús, no fue un destino trágico, sino su libre elección, consecuencia de un amor extraordinario y excesivo por nosotros: "Nadie me la quita", repite y añade: "La doy de mí mismo. Tengo el poder de darlo y el poder de recuperarlo”.
Es el "poder", la fuerza de la Pascua que la Iglesia nos hace contemplar también este domingo: el amor apasionado, exagerado, excesivo, único de Jesús: es la buena noticia que el mundo necesita. En el mundo no faltan lobos que secuestran y matan ni mercenarios que huyen y dejan que el mal golpee y destruya a los débiles. Incluso en nuestro tiempo, tiempo de guerras y conflictos, de miedo y amarga soledad, muchos esperan la noticia de un buen pastor. “¡Yo soy el buen pastor!”, nos repite Jesús esta tarde y en todas las iglesias católicas. Es como un grito que atraviesa los cielos y los continentes. Se necesita un buen pastor que pueda guiar a las multitudes de este mundo fuera del "valle oscuro" hacia lugares de salvación y paz.
El tiempo pascual es el tiempo del buen pastor, el tiempo en el que la vida puede resucitar, un tiempo en el que es posible salir del sepulcro en el que el mal parece encerrar a las multitudes de este mundo. El Resucitado es el buen pastor de todos. Por eso Jesús continúa diciendo a los discípulos: “Tengo otras ovejas que no son de este redil: a éstas también debo guiar; Oirán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor". Jesús no dice que habrá "un redil", sino "un solo rebaño", como para derribar cada valla, cada valla, cada cierre. El pastor "bueno", "generoso", quiere un solo rebaño, es decir, un solo pueblo, un pueblo grande, sin fronteras, sin vallas, sin que nadie sea abandonado y olvidado.
Y Jesús - como queriendo sacudir la pereza innata de los discípulos de entonces y de hoy - asegura: estas "otras" ovejas "escucharán mi voz". Es la certeza de la eficacia de la misión: hablad a sus corazones en mi nombre, os escucharán como me han escuchado a mí. El Señor, encomendándonos el Evangelio, nos hace "pastores", es decir, hombres y mujeres de misericordia, de amistad, de amor y de consuelo. El Señor conoce nuestros límites, mejor que nosotros mismos, por eso nos pide que lo escuchemos, pero al mismo tiempo nos confía su sueño para el mundo: que muchos otros escuchen su voz y se conviertan en "un solo rebaño y un solo rebaño". pastor". El buen pastor - nos asegura Jesús - no es un héroe; es alguien que ama, que se conmueve ante los débiles, que escucha el grito de los pobres. Y este amor nos lleva a donde ni siquiera soñaríamos llegar. Y también podemos hacer nuestra la conclusión de Jesús: "Este es el mandato que recibí de mi Padre". Y así sea también para nosotros.