Entre ustedes hay alguien que no conoces
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Jn 1,19-28) - Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron sacerdotes desde Jerusalén y se levantaron para preguntarle: "¿Quién eres?". Confesó y no negó. Confesó: "Yo no soy el Cristo". Entonces le preguntaron: «¿Quién eres entonces? ¿Eres Elia?». "No lo soy", dijo. «¿Eres tú el profeta?». “No”, respondió. Entonces le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar respuesta a quienes nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? Él respondió: "Soy la voz del que clama en el desierto: enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías". Los que fueron enviados eran de los fariseos. Le interrogaron y le dijeron: "¿Por qué entonces bautizas si no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta?". Juan les respondió: «Yo bautizo con agua. Entre vosotros está uno a quien no conocéis, el que viene detrás de mí: no soy digno de desatarle la correa de su sandalia. Esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

Este Evangelio nos presenta una vez más al Bautista, un hombre justo y austero, que vive en el desierto, lejos de la capital religiosa y política de Israel. Sin embargo, muchos acuden a él para recibir un bautismo de penitencia y así ser regenerados a una vida más justa y honesta. En aquel momento había una gran necesidad de esperanza. ¿Y no es necesario incluso hoy en día, cuando todavía estamos marcados por acontecimientos dramáticos como la guerra y el aumento de las injusticias que siguen destruyendo innumerables vidas? La tentación de buscar otros “salvadores” baratos es peligrosa, y más si pensamos que cada uno puede serlo para sí mismo. El Bautista lo entendió bien: se definió como "la voz del que clama en el desierto". ¿Y qué es una voz? Poco más que nada, si lo comparamos con el ruido de las armas que se multiplica en estos tiempos. Y por eso los intentos de diálogo y discusión parecen obsoletos. El Bautista nos recuerda que las palabras verdaderas no son en vano, sino que tocan y cambian los corazones. Esta palabra que mostraba un camino - lleno de la visión de Dios - era su fuerza: una fuerza débil que sin embargo logró tocar el corazón de los demás. Juan es figura de los testigos del Evangelio, figura de la Iglesia misma: siendo voz autorizada que indica a Jesús a los hombres de su tiempo. La autoridad es clara si el Señor aparece en las palabras, no uno mismo. ¡Cuántas veces corremos el riesgo de ponernos a nosotros mismos y no al Señor en el centro de la escena! El Bautista indica a Jesús, al igual que la Iglesia. No somos el centro del escenario. La única razón de existencia de la Iglesia es conducir a hombres y mujeres de cada generación a Jesús, quien entonces guiará sus vidas. Lo mismo vale para todo discípulo, ya sea un ministro consagrado o un simple creyente: todos estamos llamados a llevar a los demás a Jesús, no a nosotros mismos.