Canción de María (Magnificat)
M Mons. Vincenzo Paglia
00:00
02:59

Evangelio (Lc 1,46-56) - En aquel tiempo, María dijo: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador, porque miró la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. El Todopoderoso ha hecho grandes cosas por mí y Santo es su nombre; su misericordia para con los que le temen de generación en generación. Ha mostrado el poder de su brazo, ha dispersado a los soberbios en el pensamiento de sus corazones; ha derribado de sus tronos a los poderosos, ha enaltecido a los humildes; A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos despidió con las manos vacías. Ayudó a su siervo Israel, acordándose de su misericordia, como había hablado a nuestros padres, para Abraham y su descendencia para siempre."

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

En el encuentro con su prima Isabel, María fue recibida con la primera bienaventuranza que aparece en el Evangelio: "Bienaventurada la que creyó en el cumplimiento de lo que el Señor le había dicho". El hecho de que esta primera bienaventuranza esté ligada a la escucha de la Palabra de Dios debe hacernos reflexionar: inmediatamente se ve que la escucha del Evangelio no está exenta de problemas, sin perturbaciones, precisamente, como sucede en este encuentro. Para María se transformó inmediatamente en la alegría de sentirse amada por Dios y de estar en sus manos. María, que se convirtió en la primera bienaventurada del Evangelio, canta de hecho la alegría de ser elegida y amada por Dios: de su corazón brota un himno de alabanza porque el Señor del cielo y de la tierra ha inclinado su mirada hacia ella, a pesar de que ella era una criatura pobre y débil. En el canto del Magnificat, María reúne en una síntesis extraordinaria la felicidad de los 'anawîm, de aquellos que, conscientes de su pequeñez, pusieron toda su vida en manos del Señor y esperaban de él toda plenitud. María no oculta su pequeñez y pobreza, sabe que la verdadera riqueza es la de Dios que elige a los pobres y a los pequeños para demostrar su amor. El mismo Dios que liberó a Israel de la esclavitud de Egipto, que protegió a los pobres, que humilló a los soberbios y que llenó de bienes a los hambrientos, se inclinó sobre ella y la amó tanto que la hizo Madre del Hijo. Ella, con temblor y gran alegría, acogió en su corazón este inmenso don y lo convirtió en el fin de su existencia. Desde aquel día, a través de ella, Dios hizo su hogar entre los hombres. En ella el Verbo se hizo carne. Y en ella el Señor nos mostró el camino que los creyentes de todos los tiempos, incluidos nosotros, estamos llamados a seguir.