Evangelio (Mc 3,20-21) - En aquel tiempo, Jesús entró en una casa y de nuevo se reunió una multitud, tanto que no podían ni comer. Entonces su gente, al oír esto, salió a buscarlo; de hecho dijeron: "Está loco".
El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia
Jesús regresa a Cafarnaúm, a casa de Simón. Y, de inmediato, una gran multitud se reúne y presiona insistentemente, hasta el punto de impedirle incluso comer. Y Jesús se conmueve, no parece darse paz para ayudar y consolar. Es una escena evangélica que escandaliza la pereza que tantas veces marca nuestras vidas. ¡Cuántas veces nos quedamos atrapados en nuestros ritmos personales, aquellos que satisfacen nuestras necesidades, olvidándonos por completo de considerar si los demás necesitan ayuda! No siempre tenemos que ser la única medida de nuestros días y nuestras preocupaciones. Concentrarnos en nosotros mismos significa traicionar la misión que Jesús nos confió. Las multitudes de hoy, los pobres, los enfermos, los solitarios son los hombres y mujeres que Jesús mismo ha confiado en nuestras manos. Somos personalmente responsables de ellos. “Está loco”, dicen de él sus familiares. Jesús conoce directamente estas acusaciones desde su infancia, con apenas doce años, cuando María y José le reprendieron por haberse detenido en el templo a discutir con los médicos. Y ante sus inquietudes respondió: "¿No sabíais que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?". Los familiares que se habían reunido ese día en Cafarnaúm llegaron incluso a decir que estaba "fuera de sí", que estaba loco. E intentan llevárselo para devolverle la vida normal. El Evangelio, sin embargo, es como un fuego que arde y se mueve. Es la fuerza del amor que nos lleva siempre a "salir" de nosotros mismos, de nuestro pequeño horizonte para acoger el de Dios.