Evangelio (Jn 1,29-34) - En aquel tiempo, Juan, al ver a Jesús que venía hacia él, dijo: «¡He aquí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo! Él es aquel de quien dije: "Después de mí viene un hombre que está delante de mí, porque era antes que yo". Yo no lo conocía, pero vine a bautizar en agua, para que fuera revelado a Israel." Juan testificó diciendo: “Vi al Espíritu descender como paloma del cielo y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: "Aquel sobre quien veas descender y permanecer el Espíritu, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo". Y vi y testifiqué que éste es el Hijo de Dios".
El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia
El Evangelio sigue acompañando nuestros pasos en el seguimiento de Jesús. Juan Bautista presenta a Jesús a las personas que lo rodean como el Cordero de Dios, e inmediatamente añade lo que ya se había anticipado, es decir, que en Jesús preexistía antes que él. La afirmación del Bautista "No lo conocía" puede parecer improbable, dado que se los presenta en los Evangelios como parientes y pares. En cualquier caso, Juan no conoció el verdadero rostro de Jesús: el del Mesías, salvador. Lo conoció cuando, el día de su bautismo, vio "al Espíritu descender del cielo como paloma y permanecer sobre él". Sorprende la caracterización de Jesús como el Cordero de Dios que “quita” los pecados del mundo. El verbo “togliere” se traduce del latín tollere, que en realidad significa “asumir sobre uno mismo”. Es el significado del cordero que en el Antiguo Israel era sacrificado en expiación por los pecados de todo el pueblo. Sí, para quitar nuestros pecados, Jesús los toma sobre sí mismo. Hay que situar en el pasaje de Isaías la imagen del Cordero, la del "siervo sufriente" que pacientemente toma sobre sí los pecados del pueblo. La pregunta que nos sugiere este pasaje es cómo el Bautista pudo captar esta imagen y presentarla a la multitud que lo rodeaba. Podríamos decir que frecuentar a los profetas, en particular a Isaías, impulsó al Bautista a ver el cumplimiento de la profecía en Jesús. Para cada uno de nosotros hay un momento en la vida en el que ese Señor que conocíamos superficialmente es reconocido como nuestro salvador. Todo esto es fruto de un camino interior hecho de escucha de la Escritura, de oración comunitaria y personal, de amor hacia los pobres. Quien persevere en este camino podrá, con los ojos del corazón, reconocer a Jesús como el Señor de su vida y, como el Bautista, señalarlo a los hombres.