Evangelio (Lc 9,57-62) - En aquel tiempo, mientras iban por el camino, un hombre dijo a Jesús: "Te seguiré adondequiera que vayas". Jesús le respondió: "Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza". A otro le dijo: "Sígueme". Y él respondió. «Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre». Jesús respondió: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos; ve y anuncia el reino de Dios." Otro dijo: "Te seguiré, Señor, pero primero déjame despedirme de los que están en casa". Pero Jesús le respondió: "Nadie que pone la mano en el arado y luego mira hacia atrás es apto para el reino de Dios".
El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia
Jesús acaba de comenzar su viaje de Galilea a Jerusalén e inmediatamente surge el problema de seguirlo. Muchos acudieron a él, especialmente hombres y mujeres necesitados de ayuda, curación, consuelo, pero ¿cómo podrían seguir siguiéndolo? Entre los que fueron curados o quedaron fascinados por sus palabras, hubo quienes decidieron quedarse con él y seguirlo en su camino. Sin embargo, no fue una elección obvia ni fácil. No todo el mundo entiende esto. Y muchos lo abandonan porque el compromiso es considerable. Otros, en cambio, se acercan y se presentan a Jesús pidiéndole seguirlo. En las respuestas de Jesús surgen las condiciones para poder seguirlo y llegar a ser su discípulo. Y es singular que las tres respuestas dadas por Jesús se refieran de algún modo a las relaciones con la familia. Al primero que le pide que lo siga, es decir, que comparta su mismo destino, Jesús responde que el Hijo del Hombre, a diferencia de las zorras que tienen guaridas y los pájaros que tienen nidos, ni siquiera tiene dónde recostar la cabeza. El discípulo debe vivir con la misma pobreza que tiene el maestro. La segunda persona recibe el llamado directamente de Jesús. Y a la pregunta de permitirle enterrar a su padre, Jesús responde afirmando la primacía de seguir y anunciar el Evangelio incluso en los momentos más delicados de la vida de una familia, como el entierro del padre. La tercera persona que se acerca escucha a Jesús decirle que, si quiere seguirlo, no debe arrepentirse de la vida que dejó atrás. La vida que se recibe en el seguimiento de Jesús no tolera arrepentimientos ni miradas hacia atrás. Seguir a Jesús es sin duda una elección radical y hasta paradójica. Pero esto es así porque el amor de Jesús por nosotros es total, radical, paradójico, único. Podríamos decir que Jesús fue el primero en experimentar esta radicalidad en obediencia a su padre y a su plan. El discípulo vive del mismo amor que Jesús tiene al Padre. Este es el amor que necesitamos para ser liberados, nosotros y el mundo, de la esclavitud del pecado y de la muerte. Oración con los santos