Evangelio (Lc 11,29-32) - En aquel tiempo, mientras se reunía la multitud, Jesús comenzó a decir: «Esta generación es una generación mala; busca una señal, pero ninguna señal le será dada, excepto la señal de Jonás. Porque así como Jonás fue una señal para los de Nínive, así también el Hijo del Hombre será una señal para esta generación. En el día del juicio, la reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón. Y he aquí, he aquí uno mayor que Salomón. En el día del juicio, los habitantes de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque se convirtieron ante la predicación de Jonás. Y he aquí uno mayor que Jonás."
El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia
Es una tentación antigua pedir a Dios señales, tal vez para conmover lo que a veces nos parece su silencio, su indiferencia o, en todo caso, tener la confirmación de su presencia. Pedir un milagro o una señal a Dios no es contrario a la lógica evangélica. El mismo Jesús nos enseña a pedir "cosas buenas" en la oración. Sin embargo, la fe, afirma Jesús en el pasaje evangélico de hoy, no depende de los gestos prodigiosos que quisiéramos. Jesús habla de la "señal" por excelencia que el Señor ha dado a todos y que es "la señal de Jonás". La comunidad primitiva leyó estas palabras a la luz de la resurrección: "Porque así como Jonás permaneció tres días y tres noches en el vientre del pez, así el Hijo del Hombre permanecerá tres días y tres noches en el corazón de la tierra". (Mt 12,40). El "signo" de Jonás es, por tanto, el anuncio del mensaje central del Evangelio, es decir, el misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Así como los habitantes de Nínive se convirtieron al escuchar la predicación de Jonás sin que éste realizara ningún milagro, así debe volver a suceder hoy, con la diferencia de que ahora ha venido alguien que es "mucho más que Jonás". Se trata, pues, de comunicar al mundo la resurrección de Jesús, que es la victoria del bien sobre el mal, de la vida sobre la muerte. Este Evangelio es mucho más precioso que la sabiduría de Salomón y mucho más fuerte que la predicación de Jonás. Sí, aquí hay mucho más que Jonás, nos repite hoy el Evangelio.