Fiesta de la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Mc 9,2-10) - En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y los llevó a un monte alto, solos, solos. Se transfiguró ante ellos y sus vestidos se volvieron deslumbrantes, muy blancos: ningún batanero en la tierra podría hacerlos tan blancos. Y se les apareció Elías con Moisés y estaban conversando con Jesús. Tomando la palabra, Pedro le dijo a Jesús: «Rabí, es bueno para nosotros estar aquí; Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. De hecho, no sabía qué decir porque estaban asustados. Vino una nube y los cubrió con su sombra y de la nube salió una voz: "Éste es mi Hijo amado: ¡escuchadlo!". Y de repente, mirando a su alrededor, ya no vieron a nadie excepto a Jesús a solas con ellos. Mientras descendían del monte, les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre hubiera resucitado de entre los muertos. Y mantuvieron el asunto entre ellos, preguntándose qué significaba resucitar de entre los muertos.

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

La montaña de la transfiguración, que la tradición posterior identificará con el Tabor, es imagen de todo itinerario espiritual. Podemos imaginar a Jesús llamándonos también a nosotros a llevarnos con él a la montaña, como hizo con los tres discípulos más cercanos, para vivir con él la experiencia de la íntima comunión con el Padre; una experiencia tan profunda que transfigura el rostro, el cuerpo e incluso la ropa. Algunos comentaristas sugieren que la historia narra una experiencia espiritual que involucró a Jesús ante todo: una visión celestial que produjo en él una transfiguración. Es una hipótesis que nos permite comprender más plenamente la vida espiritual de Jesús, quien a veces olvidamos que también él tuvo su propio camino espiritual, como constata el mismo Evangelio: "Creció en sabiduría, en edad y en gracia". Sin duda no faltó en él alegría por los frutos de su ministerio pastoral, así como también hubo angustias y ansias por cuál era la voluntad del Padre (Getsemaní y la cruz son los momentos más dramáticos). En definitiva, para Jesús no todo era predecible y planificado. También él experimentó el esfuerzo y la alegría de un viaje. También para él estaba la subida a la montaña, como ya para Abraham y luego para Moisés, para Elías y para cada creyente. Es decir que Jesús también sintió la necesidad de "ascender" hacia el Padre, de encontrarse con él. Es verdad que la comunión con el Padre era su ser mismo, toda su vida, el pan de sus días, la sustancia de su misión, el corazón de todo lo que era y hacía; pero quizás él también necesitaba momentos en los que esta relación íntima emergiera en plenitud. Los discípulos ciertamente lo necesitaban. Pues bien, el Tabor fue uno de esos momentos tan singulares de comunión que el Evangelio extiende a toda la historia del pueblo de Israel, como lo demuestra la presencia de Moisés y Elías que "conversaron con él". Jesús no vivió esta experiencia solo; también involucró a sus tres amigos más cercanos. Fue uno de los momentos más significativos para la vida personal de Jesús y de los tres discípulos, pero también puede serlo para todos aquellos que se involucran en esta misma subida.