Evangelio (Mc 7,31-37) - En aquel tiempo, Jesús, habiendo salido de la región de Tiro, pasando por Sidón, vino hacia el mar de Galilea, en pleno territorio de la Decápolis. Le trajeron un sordomudo y le rogaron que le impusiera la mano. Lo llevó aparte, lejos de la multitud, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva; luego mirando hacia el cielo, dejó escapar un suspiro y le dijo: "Effata", es decir: "¡Abre!". E inmediatamente se abrieron sus oídos, se desató el nudo de su lengua y habló correctamente. Y les mandó que no se lo dijeran a nadie. Pero cuanto más lo prohibía, más lo proclamaban y, llenos de asombro, decían: "¡Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos!".
El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia
El pasaje del Evangelio nos habla de la curación de un hombre sordo y mudo, que Jesús realizó en la región de Decápolis, tierra pagana. Marcos sugiere así que todos tienen derecho a escuchar el Evangelio y a encontrar la misericordia de Dios. Jesús acoge a ese sordomudo y lo lleva aparte, lejos de la multitud. Luego levanta los ojos al cielo y dice al sordomudo: «¡Effatà!», es decir, «¡abre!». Es una palabra. Basta una sola palabra del Evangelio para cambiar al hombre, para transformar la vida. Jesús, podríamos decir, no se dirige al oído y a la boca sino a toda la persona. Es al sordomudo, no a su oído, a quien le dice: "¡Abre!". Y es el hombre integral el que sana "abriéndose" a Dios y al mundo. Es bien conocido el estrecho vínculo entre sordera y mutismo. La curación requiere que ambos órganos sanen. Podríamos decir que esto también es cierto en el ámbito de la fe cristiana. En primer lugar es necesario que el oído (el hombre) se "abra" a la escucha de la Palabra de Dios, luego la lengua se suelta para hablar. El vínculo entre la escucha de la palabra y la capacidad de comunicarse es estrecho. El que no escucha permanece en silencio, incluso en la fe. Este milagro nos hace reflexionar sobre la conexión entre nuestras palabras y la Palabra de Dios, muchas veces no prestamos suficiente atención al peso que tienen nuestras palabras. Sin embargo, es a través de las palabras como nos expresamos mucho más de lo que pensamos. Por tanto, es necesario ante todo escuchar la "Palabra" de Dios para que purifique y fertilice nuestras "palabras", nuestro lenguaje, nuestra manera misma de expresarnos.