Mujeres que colaboraron con Jesús
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Lc 8,1-3) - En aquel tiempo, Jesús recorría ciudades y aldeas predicando y anunciando la buena nueva del reino de Dios, acompañado de los Doce y de algunas mujeres que habían sido sanadas de malos espíritus y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la cual siete habían salido demonios; Juana, esposa de Cuza, administrador de Herodes; Susana y muchos otros, que les sirvieron con sus bienes.

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

Jesús elige tener junto a él no sólo a los Doce sino también a algunas mujeres. Es una elección ejemplar del nuevo estilo que vino a instaurar. Sólo Luca lo señala. Aquellas mujeres, escribe el evangelista, "habían sido curadas de malos espíritus y de enfermedades", y habían elegido seguir a Jesús, poniendo todos sus bienes a su servicio y al de los discípulos. En este sentido eran parte plena de ese nuevo grupo que Jesús había creado, convirtiéndolo en una verdadera comunidad. Esta indicación del evangelista es importante porque muestra cuánto Jesús fue más allá de las costumbres de su tiempo. De hecho, era impensable que las costumbres rabínicas de la época incluyeran a mujeres en el círculo de discípulos. Jesús, contrariamente a la mentalidad de la época, los asocia a su propia misión, como se ve en otras páginas evangélicas. Lucas nombra a tres, María Magdalena, liberada de "siete demonios", es decir, de un número considerable de espíritus malignos; Juana, una mujer cercana al rey Herodes, que también será nombrada en el relato de la resurrección; y Susana, de la que no se tienen noticias. Probablemente eran mujeres adineradas que, atraídas por la predicación de Jesús, pusieron sus riquezas al servicio del maestro y del pequeño grupo. Ya en estas pocas líneas aparece claramente la primacía del discipulado que supera todas las barreras, incluso las que parecen insuperables. Para Jesús lo que importa es ser discípulos. Y el discipulado da a cada persona la verdadera y más importante dignidad: la de anunciar el Evangelio y testimoniar que el amor está confiado a todos los discípulos, más allá de cualquier distinción.