Fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Mc 14,12-16.22-26) - El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba la Pascua, los discípulos dijeron a Jesús: "¿Dónde quieres que vayamos a preparar para que puedas comer la Pascua?". Entonces envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, y os saldrá al encuentro un hombre con un cántaro de agua; SIGUELO. Dondequiera que entre, decid al dueño de la casa: "El Maestro dice: ¿Dónde está mi habitación, donde puedo comer la Pascua con mis discípulos?". Él os mostrará una gran habitación en el piso de arriba, amueblada y lista; Prepáranos la cena allí." Los discípulos fueron y entraron en la ciudad y la encontraron como les había dicho y prepararon la Pascua. Mientras comían, tomó pan y recitó la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: "Tomen, esto es mi cuerpo". Luego tomó una copa y dio gracias, se la dio y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi sangre del pacto, que por muchos es derramada. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el reino de Dios. Después de cantar el himno, salieron hacia el Monte de los Olivos.

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

Hoy celebramos la fiesta del Corpus Domini. Se estableció en un momento del cristianismo europeo en el que muchos cuestionaban la presencia de Cristo en la Eucaristía, vaciando así de fuerza la santa liturgia, corazón de la vida cristiana. Con esta celebración la Iglesia quiso animar a sus hijos a descubrir el fuerte sentido de la presencia real de Jesús entre sus seguidores también en el pan y el vino consagrados. Lo propone cada año para que todos podamos redescubrir el significado concreto del amor de Jesús. La lectura del Evangelio de Marcos vincula esta celebración a su verdadero origen, a aquella última cena que Jesús quiso celebrar con sus discípulos antes de su pasión. Y la primera comunidad cristiana comprendió la centralidad para su propia vida de las palabras que Jesús pronunció en aquella cena cuando tomó el pan y, distribuyéndolo entre aquellos discípulos, les dijo: "Esto es mi cuerpo" y ofreciéndoles la copa con la vino para que bebieran, dijo: "Esta es mi sangre". Las palabras pronunciadas por Jesús en esa cena –y que el sacerdote repite palabra por palabra en el altar– sugieren que Jesús no está presente de ninguna manera en el pan y el vino consagrados. Él está presente como cuerpo "quebrantado", como sangre "derramada" por todos; un cuerpo que no guarda nada para sí, un cuerpo que se hace pan y bebida para nutrir y saciar nuestra sed a lo largo de nuestra vida; un cuerpo que se reparte generosa y gratuitamente: ese pan y ese vino no se pueden comprar, no tienen precio. Es un Cuerpo que ama y da su vida por los demás. Es el cuerpo del amor de Dios, el Cuerpo de Jesús que se entrega totalmente, que no conoce la avaricia, el cálculo ni el ahorro. Y enseña a sus discípulos a amar siempre, a dar la vida por los demás, como él hizo y sigue haciendo. Esa hostia consagrada es un escándalo para nosotros que siempre intentamos salvarnos, para un mundo acostumbrado a hacer de todo un mercado, para una sociedad que no hace nada gratis. Esa hostia es también una enseñanza para que la Iglesia sea una comunidad que vive para la salvación de los demás y no para preservarse a sí misma.