El ciego de Jericó
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Lc 18,35-43) - Cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado junto al camino mendigando. Al oír pasar a la gente, preguntó qué estaba pasando. Le anunciaron: «¡Jesús de Nazaret pasa!». Entonces gritó, diciendo: "¡Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí!". Los que iban delante le reprendían que se callara; pero gritó aún más fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de mí!". Entonces Jesús se detuvo y les ordenó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". Él respondió: «¡Señor, déjame ver otra vez!». Y Jesús le dijo: «¡Recupera la vista! Tu fe te salvó." Inmediatamente nos volvió a ver y comenzó a seguirlo glorificando a Dios, y todo el pueblo, viéndolo, alababa a Dios.

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

Jesús está a punto de llegar al final de su viaje. Ahora está cerca de Jericó, la última ciudad que encontrarás antes de llegar a Jerusalén. Y el evangelista parece querer anticipar la entrada en Jerusalén. A las puertas de la ciudad hay un ciego que pide limosna (su nombre, Bartimeo, está indicado en el Evangelio de Marcos). Al oír mucho ruido, pregunta qué está pasando. Le "anuncian" que pasa Jesús de Nazaret. Ese hombre necesita que alguien le hable de Jesús: no puede ver solo. En realidad, todos necesitamos que alguien nos hable de Jesús porque nosotros, naturalmente centrados en nosotros mismos y en nuestras cosas, estamos ciegos. No sólo porque nos cuesta levantar la mirada de nosotros mismos, sino que en este caso, sin que la Iglesia nos hable de Jesús no podemos verlo. Pues bien, ese ciego, escuchando el “anuncio” de la cercanía de Jesús, comprende que se acerca aquel que puede salvarlo, como nadie más podría hacerlo. ¡Cuántas personas había oído pasar a su lado, tal vez incluso dejarle una ofrenda, y luego seguir su camino! Ese día comprendió que Jesús no pasaría de largo y que él podría curarlo. Es en este encuentro directo entre nosotros y Jesús que tiene lugar la curación. Jesús, como reconociendo su iniciativa, dice a aquel ciego: «¡Recupera la vista! Tu fe te salvó." El hombre empieza a ver y primero ¡qué gracia ha tenido! – ve a Jesús, ese rostro lleno de ternura y amor. Es un encuentro que le toca el corazón. Él ve también con los ojos del corazón: de hecho, comienza a seguirlo. No se queda solo consigo mismo para disfrutar de su recuperación. No, entiende que debe participar en la curación del mundo para que los hombres vean la misericordia de Dios y se conviertan a él. Este ciego se convierte en la imagen del creyente, de aquel que reconoce su propia ceguera, ora al Señor con fe y se deja curar hasta seguir al maestro. Es un ejemplo para todos nosotros.