Limpiar el exterior de la taza.
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Lc 11,37-41) - En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, un fariseo lo invitó a almorzar. Fue y se sentó a la mesa. El fariseo lo vio y se asombró de que no hubiera hecho sus abluciones antes del almuerzo. Entonces el Señor le dijo: «Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera el vaso y el plato, pero vuestro interior está lleno de avaricia y de maldad. ¡Tontos! ¿Aquel que hizo lo de fuera, no hizo también lo de dentro? Más bien, dad limosna de lo que hay dentro, y he aquí, todo os resultará puro".

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

Jesús, invitado a casa de un fariseo, no cumple las prescripciones rituales exigidas antes de la comida. Este comportamiento le merece un juicio severo. En una sociedad de apariencias, como la nuestra, este breve pasaje evangélico pone en el centro de la atención lo verdaderamente valioso de la vida. En efecto, es en el corazón, es en la interioridad donde se desarrolla la vida del hombre, su felicidad y su salvación. Si el corazón está lleno de malicia hasta la acción será consecuente. Por este motivo, Jesús, sin condenar la observancia de los ritos, devuelve al corazón la raíz del comportamiento. Lo que importa es lo que hay en tu corazón, no lo que parece. De nada sirve observar ritos si luego se transgrede la justicia y se está lejos del amor. En este sentido, no vale la pena multiplicar gestos y acciones si el corazón está lleno de “codicia y malicia”. Más bien, Jesús nos insta a dar "como limosna lo que hay dentro", es decir, a dar al mundo el amor que ha sido derramado en nuestros corazones. Y la verdadera riqueza es el amor gratuito que cada creyente recibe de Dios en su corazón. Jesús, al enviar a sus discípulos en misión, afirma claramente: "Lo habéis recibido gratuitamente, dadlo gratuitamente" (Mt 10,8). Y la gratuidad del amor recibido se manifiesta evidentemente cuando nos dirigimos ante todo a los pobres. Con Jesús comienza el tiempo de la misericordia. Un tiempo de gracia y abundancia. De hecho, si somos misericordiosos con los demás, si somos generosos al amar a los demás, el amor no sólo no disminuye sino que enriquece el corazón de quienes dan y de quienes reciben.