Eres el Cristo de Dios
M Mons. Vincenzo Paglia
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Evangelio (Lc 9,18-22) - Un día Jesús estaba en un lugar solitario orando. Los discípulos estaban con él y les hizo esta pregunta: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Ellos respondieron: «Juan el Bautista; otros dicen Elías; otros, uno de los antiguos profetas que ha resucitado". Luego les preguntó: "¿Pero quién decís que soy yo?". Pedro respondió: "El Cristo de Dios". Les ordenó estrictamente que no se lo contaran a nadie. «El Hijo del hombre – dijo – debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, ser asesinado y resucitar al tercer día».

El comentario al Evangelio de monseñor Vincenzo Paglia

La profesión de fe de Pedro marca un punto de inflexión en los relatos evangélicos: prepara el inicio del viaje de Jesús a Jerusalén. Lucas no especifica el lugar donde se desarrolla la escena (Marcos y Mateo la sitúan en Cesarea de Filipo), pero la sitúa en un horizonte de oración, escena que se repite con frecuencia en el tercer evangelio. El evangelista parece querer describir el momento en el que la comunidad cristiana se reúne para la oración común: es un momento indispensable para vivir un encuentro personal con Jesús. En esa ocasión Jesús pregunta a los discípulos qué piensan de él. Jesús siente a ese grupo como su familia, como quienes realizan concretamente su predicación. Por eso quiere saber qué piensan ellos también de él. Evidentemente no se trata de un conocimiento superficial, sino del conocimiento que brota de la fe. Pedro, en nombre de todos, responde: "El Cristo de Dios". Es una profesión solemne. Verdaderamente Pedro es el primero, el que profesa la fe verdadera en nombre de todos. Él está ante nosotros para que cada uno de nosotros pueda responder con las mismas palabras a la pregunta que Jesús sigue haciéndonos también a nosotros: "¿Y vosotros quién decís que soy yo?". No es una cuestión abstracta, como si estuviéramos ante un texto de catecismo. Es el mismo Jesús quien pide a nuestra mente y a nuestro corazón que lo comprendamos y lo amemos como nuestro Salvador, como quien nos libera del pecado y de la muerte. El secreto sobre su persona que Jesús impone a sus discípulos no es el de esconderse, sino el de que no haya malentendidos sobre su misión. Por eso es bueno que el conocimiento sea gradual. La dificultad para comprender en profundidad su misión surge inmediatamente cuando añade el destino que le espera en Jerusalén. Sabemos por los pasajes paralelos de los sinópticos que Pedro reacciona negativamente a estas declaraciones de Jesús. El mensaje de Jesús era claro: la indispensabilidad de la cruz para llegar a la resurrección. Es el misterio de la vida de Jesús, la de la Iglesia y la de los discípulos de todos los tiempos. La victoria del bien sobre el mal pasa siempre por el camino de la cruz.